
Eran las tres de la madrugada del 27 de octubre del 2040 y el teléfono sonó. Saqué mi mano por debajo de mi sábana para dirigirla a la mesilla y contesté. Al otro lado una voz temblorosa y agitada me habló:
– Dunia, perdona que moleste a estas horas, pero Isaac acaba de decirme que ha visto algo raro en la excavación, y como aún
tiene que descansar por la caída... – dijo María.
- ¡¿Y cómo está Isaac?! – pregunté sorprendida creyendo que estaba soñando.
- Está sin moverse en el refugio y es conveniente que vayas.
- Ya te comunicaré.
Al colgar el auricular dirigí mi mano hacia el interruptor de la luz. Casualmente la bombilla se fundió, y tuve que levantarme a oscuras. Aunque mis ojos estaban acostumbrados, a vagar en la más absoluta obscuridad, mi rodilla tropezó con la esquina de la cama mientras me vestía. Pese a que notaba dolor al caminar, me dirigí a mi destino. No podía dejar solo a Isaac, y mucho menos la excavación científica que yo misma había empezado con ayuda de Isaac y María. La idea me vino al leer un artículo de mi revista favorita de Ciencias y Medicina, en aquella tarde calmada de nubes, desde mi cabaña en tierras monegrinas.
Al bajar las escaleras, que conducían al vestíbulo, mi rodilla izquierda seguía resentida, y el dolor me hizo tambalearme y mover mi título de Ciencias y Medicina con el roce de mi cuerpo. Cogí las llaves de mi 4x4, que estaban colgadas junto a la mesilla de entrada, y me dirigí al garaje. Al subir y mirarme por el retrovisor vi una sombra que me resultaba familiar. Mis dotes videntes me decían que algo extraño y sin explicación ocurriría en un lugar oscuro que desconocía por completo.
El recorrido hacía la excavación en tierras monegrinas fue corto. Una vez había cerrado las puertas, una luz del norte me cegó. Se fue acercando, poco a poco, hacia mí, haciéndome esconder entre unos matorrales.
Al instante mis pies se deslizaron y caí por un agujero. Mis ojos me dolían por el cambio brusco de la luz a la oscuridad. Noté un leve soplido en mi cabeza producido por un aleteo. El chillido de aquello se me clavó en los oídos, creyendo que se rompían... Caí en algo que se quebró en mi descenso. En sus manos tenía un quinqué, donde prendí fuego con mi encendedor. Al ver su rostro me asusté, comprobando que se había deteriorado con los años.
Salí del amasijo de huesos y me encaminé en busca de una salida. Las telarañas me impedían avanzar, pero tuve que traspasarlas, aun sabiendo que tengo un pánico horrible a sus creadoras. Cuando vi una gran puerta tuve la obligación de no entrar; había leído sobre leyendas mitológicas que el cancerbero protegía una puerta que llevaba al submundo y, aunque no veía ningún perro de tres cabezas, seguí caminando.
Cuando ya estaba cansada de andar y pensando que no saldría de ahí, vi la causante de estar ahí. Mi curiosidad pudo y sin saber cómo aquello me arrastró. Regresé al mismo lugar algo alucinada, porque no sabía si todo aquello había sido real, solo había pasado en mi subconsciente o había sido una premonición. Encendí mi linterna y fui al encuentro de mi amigo. Mis pies avanzaban sigilosamente, al tiempo que, desconcertada, me preguntaba dónde estaba aquel quinqué que me alumbró en aquel lugar oscuro y dónde había estado la linterna que ahora me estaba alumbrando.
Para que lsaac supiera que había llegado al refugio, le hice las mismas señales con la luz de mi linterna que siempre nos hacíamos.
- El tiempo de tu llegada se me ha hecho eterno. Creía que el destello procedente de tu reflector era el extraño resplandor que hace tres horas me cegó. Quise llamarte a ti en vez de a María, pero no sé cómo la llamé a ella – dijo lsaac al tiempo que yo entraba.
- ¡¿También tú la has visto?! Yo creía que no había sido real o que solo había pasado en mi subconsciente...
- Yo también sentí esa sensación - interrumpió lsaac
- Luego creí que lo que me había pasado en un viaje a lo desconocido fue una adivinación. Dime ¿solo viste una luz? ¿Te llevó a un lugar oscuro?
- Solo vi un fuerte esplendor – dijo él.
Apenas pude dormir, quizás me traspuse dos o tres veces. Cuando amaneció, ninguno de los dos pudimos pegar ojo, así pues cogimos nuestras mochilas y nos fuimos en mi 4x4, puesto que el de mi amigo estaba más escondido que el mío. Al subir me di cuenta de que ese no era el mismo sitio donde lo había dejado. Miré por el retrovisor para dar marcha atrás y volví a ver esa sombra familiar a lo lejos detrás de unos matorrales, junto a un árbol torcido. Aquella imagen la grabé en mi mente y así en el momento en que regresáramos la investigaríamos.
A las cinco horas tornamos y María nos acompañó, porque el médico le había dado el alta. Miramos junto al árbol, y efectivamente había un agujero escondido por la maleza. Nos colocamos las cuerdas y bajamos. En el subsuelo aún estaba aquel amasijo de huesos que había aplastado la última vez que estuve ahí. Pasamos por el mismo lugar, hasta llegar a la misteriosa puerta. Esta vez entramos por curiosidad, y la misma luz que nos había hipnotizado el día anterior nos acompañó hasta un atril, donde había un baúl que abrimos con detenimiento. Ahí se encontraban unos pliegos, una pluma de oro, sesenta escudos de oro, un anillo adornado con un zafiro, cinco anillos de oro y una cadena de oro valorada en veinte escudos.
Muy cuidadosamente, cogí el pergamino, para que no se estropeara, y empecé a leer.
- ¿No será una broma vuestra? Con esto no se juega - decía María mientras yo veía que la misteriosa sombra aparecía detrás del baúl y se iba aclarando.
- ¿Qué estás viendo? – preguntó lsaac.
- A Miguel Servet – respondí.
- No sigas – dijo María.
- No es ninguna broma, esta ahí detrás del baúl. Vosotros no lo podéis ver, porque no tenéis el don que yo tengo de ver personas fallecidas.
- ¿Y qué hacemos con ello? – lsaac se refería al escrito y demás pertenencias.
- Llevarlo a su casa natal – propuse.
- ¿Y no te lo quedas tú, tan admiradora que eres de él? – replicó María.
- Sí que me lo quedaría, pero es allá donde tiene que estar.
- ¿Aún puedes ver a Miguel? – quiso saber lsaac.
- Ya ha desaparecido del todo.
Después de comprobar lo que se encontraba ahí, de y coger la pluma y dejarlo todo en mi mochila, nos encaminamos hacia la superficie. Una vez fuera, el agujero se cerró completamente. Atónitos por lo sucedido, nos fuimos a Villanueva de Sigena a llevar lo encontrado. Allá nos lo agradecieron.
A lo largo de muchas excavaciones había encontrado diversas antigüedades dignas de museos, pero nada se podía comparar con el tesoro que habíamos hallado de mi admirado médico. Aquella sensación de felicidad fluía como la sangre cuando él descubrió la circulación pulmonar.
