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         Algo procedente del otro lado de mi jardín me despertó desconcertado. Me hizo sentir tenebroso y palpitante. Recogí el libro, que estaba a los pies del viejo sofá, para dirigirme a la ventana. Tras ella no divisé nada anormal, aunque seguía notando la misma sensación.
         Algo me había perturbado, pero no quise averiguarlo. Sin estar sereno regresé a mi lectura. Seguí sumergiéndome en ella, pero me extrañó que no era el libro que estaba leyendo. Desquiciado, creí que aún estaba soñando, mas aquella duda se desvaneció cuando volví a oír el mismo  estruendo, que me despertó haciéndome sentir angustiado.
         Dirigí mi mirada fuera y vi una sombra escondiéndose. Con valentía, fui a abrir la ventana, al tiempo que algo me empujó. Reaccioné cogiendo uno de los candelabros que adornaban mi biblioteca para defenderme del ser que había alterado mi tranquilidad. Para nada me sirvió, porque ahí no había nadie. Rápidamente la cerré, por desgracia la cortina se desgarró con el marco, al tiempo que las colocaba en su sitio. Con el pánico recorriendo mis venas, me aposenté en mi cómodo sofá para seguir adentrándome en el escrito. Detrás de mí, notaba un suave aleteo, en ese instante volví la cabeza y seguí sin ver nada.
          Ya cansado de tanta interrupción, decidí ir a dormir. Al aproximarme a la puerta divisé una sombra en lo alto de la estatua de Shakespeare que la adornaba.
           Cuando estuve justo debajo vi lo que era. Aquel espeluznante cuervo me miraba fijamente sin ni siquiera inmutarse. Hice lo imposible para amarrarlo, pero volvía a su lugar. Incapaz de conseguirlo, desistí, mañana sería otro día para atraparlo.
           Aquella noche apenas pude dormir. Antes de desayunar regresé al mismo escenario de la noche anterior. Entré con mucho sigilo para no asustarlo, pero no estaba custodiando la escultura. Revisé de arriba a abajo toda la biblioteca, pero no había rastro del pajarraco. Ni siquiera la ventana estaba abierta, o sea, que aquello empezaba a ser impropio. Harto de tanto incordio dejé de meterme en la piel de un detective. Mis tripas empezaban a oírse, decidiendo ir a llenarlas. De camino a la cocina, me dio la sensación de que había cosas movidas de sitio aunque, al ser leve, dejé de darle importancia.
          Mientras calentaba la leche noté un tenue soplido cerca de mis oídos. Pensé que eso sería el aire que entraba por la ventana. Cuando terminé de recoger la vajilla, cogí mi anticuado abrigo y salí a la calle a airearme. Notaba cómo la gente me miraba con incertidumbre, como si quisieran averiguar lo que me pasaba. Sus ojos me transmitían indecisión. No deseaba hacerles caso, pero notaba que su mirada me acompañaba allá donde iba. Sus pensamientos se metían en mi mente. Todo aquello se desvaneció cuando pisé los trozos de cristal de un escaparate que habían roto. Me acerqué a un guardia, que por las apariencias estaba investigando lo ocurrido.
                        - Disculpe, ¿sabe quién lo ha destrozado? - pregunté al agente mientras dirigía la mirada al cristal, que estaba    esparcido en el suelo.
                             - ¡¡¡Ha sido él!!! - exclamaba una señora.
                             - ¡¿Yo?! - pregunté extrañado.
                - Sí, usted - proseguía ella - No logro entender cómo lo ha hecho. Parece como un hecho paranormal. Iba tranquilamente andando, se ha parado junto a él, después ha exclamado «¡¡¡Basta ya!!!» y se ha producido un gran estruendo, destrozándolo en mil pedazos. - Si es así, pagaré los destrozos a la tienda, aunque no sé cómo ha ocurrido, ni he sentido nada.
Desde ayer noto cosas extrañas que ni siquiera sé si han ocurrido, por eso no pongo en duda las palabras de esta señora.
                          - Si le sigue pasando, le recomiendo un psiquiatra - me decía la Policía mientras me daba la tarjeta de una doctora – Ella también es experta en estos temas.
                          - Gracias - me despedí colocándomela en la cartera.
              Me dirigí a la tienda a darles un cheque para los gastos. De camino a casa, pasé cerca de la calle donde la psiquiatra tenía la consulta. Tuve deseos de entrar para pedir cita, pero desistí de la idea. 

                Las horas se me pasaron volando tontamente. Estuve deambulando sin rumbo fijo, hasta que al amanecer llegué a mi mansión. Vine cansado y sin miramientos me metí en la cama para descansar.
                  En los siete días siguientes no ocurrió nada anormal. Pero la calma volvió a desmoronarse cuando toda mi morada se quedó a oscuras. Tras la ventana tampoco conseguí divisar nada, porque el apagón también afectaba fuera. Con el susto fluyendo por todo mi cuerpo, intenté buscar iluminación. Cuando cogí uno de los candelabros, me acordé de que las cerillas las
había dejado encima de la chimenea. Al acercarme allí comprobé que no estaban, imaginando que podían estar en la cocina. Me di la vuelta mientras un crujido y un chisporroteo hicieron que mi corazón fuera más deprisa de lo normal.
                  Al instante tropecé con algo que electrizó mi piel. Sin perder más tiempo, me dirigí a la cocina. Una especie de fogonazo pasó cerca del cristal de una de las ventanas del pasillo que estaba cruzando. Aquello consiguió que el estruendo se notará en todas las puertas de mi casa, en el mismo instante en que mi mano se dirigía al pomo de la puerta de la cocina. Ese temblor entró por mi cuerpo hasta que conseguí encontrar los mixtos.
                   Ya en mi biblioteca, di lumbre a la vela, para ver si conseguía enterarme de lo ocurrido. Aparté las cortinas, me acerqué todo lo posible y el reflejo de un rostro demacrado, que no era el mío, hizo que me apartase. Aún con el miedo producido por ello, seguí mirando tras los cristales, divisando un cable chisporroteando en el césped, al mismo son de la suave brisa que logró calmarlo.
                Continué con la única compañía de la vela y el movimiento sensual de su fuego.
            De fondo oí un murmullo preocupante. La curiosidad me pudo y volví a asomarme, comprobando que las chispas ya habían cesado. Después de unos segundos mirando la escena fui a sentarme al sofá, quedándome dormido al instante.
                Al día siguiente, cuando me desperté, fui a dar al interruptor de la luz y aún no había vuelto. Salí al jardín a comprobar lo sucedido y me asombré: no había un cable caído, como vi la noche anterior, sino varios.
                 Una vez dentro de mi morada, cogí mi móvil, porque el fijo no funcionaba por culpa de los cables. Llamé al profesional, para que me arreglara todo ese desperdicio.
               Me dijo que en dos horas llegaría. Al tiempo que terminamos la conversación el cielo se traspuso completamente negro. En seguida los relámpagos y truenos le acompañaron y la fuerte lluvia se descargó de las nubes. Y mientras mi celular sonó.
                                      - Hasta que no pase la gran tormenta no iré - me decía el electricista.
            El temporal y el apagón duraron varios días. El tercero parecía que la noche sería tranquila. Más que otras noches anteriores, cuando hizo aire. Uno infernal procedente del este, que era como si me quemara la piel cada vez que oía sus susurros. Pero esa tranquilidad duró poco, porque oí algo que procedía de mi azotea, al tiempo que intentaba dormir. Subí allí, ya que la curiosidad me perseguía hacía varios días. Fue un ruido, como si estuvieran matando a alguien. Era leve y se oía cada diez minutos.
                Cuando mis pies pisaban los escalones que conducían allí, no oí más aquel espeluznante sonido. Puse mi mano en el frío pomo de la puerta gris. Al abrir, sentí un escalofrío producido por el chillido de las bisagras. Mi mirada fue directamente a parar a la ventana. Estaba abierta y sus roídas cortinas se movían levemente. ¿Por qué se movían si no hacía aire? No podía comprenderlo. El escalofrío aún recorría todo mi cuerpo y mi corazón empezó a latir cada vez más deprisa, cuando la luz de la bombilla se esfumó. Mi mano temblorosa, se dirigió despacio al interruptor, pero aquella luz no se encendió, parecía como si aquel leve aire la hubiera tragado. Quise encaminarme hacia la ventana para mirar tras ella, pero la puerta de la entrada a la casa me lo impidió. Alguien la abría. En ese instante el aire cesó y la ventana se cerró con un fuerte golpe que casi rompió los cristales. Seguidamente, cerré sigilosamente la puerta y empecé a bajar.
                 Mientras mis pies tocaban los escalones, divisé una sombra que se dirigía a la cocina. Me arrimé a la pared para que no me viera y seguí bajando despacio. Estaba tan asustado que lo único que se me ocurrió fue dirigirme a la puerta principal. Antes de salir, pude ver que la sombra se acercaba y salí corriendo para que no me alcanzara. Aunque estuviera lloviendo, me adentré en las entrañas de mi paisaje favorito. Estuve allá hasta que me tranquilicé por completo. Cada viernes ocurría lo mismo en la azotea. Los gritos se agrandaban más y retumbaban en mi cabeza, pareciendo una pesadilla.
                El viernes 13 de marzo, esos lamentos fueron más intensos. Volví a armarme de valor y empecé a subir los escalones. En mi mano izquierda agarraba con fuerza un cuchillo de cocina, por si me encontraba con algún psicópata que deseara asustarme. Con gran nerviosismo, quise abrir el picaporte, pero por más que lo intenté no conseguí nada. Era como si alguien estuviera al otro lado, haciendo fuerzas para que no entrara. Al instante, mi mano izquierda se levantó y golpeó la madera. ¿Qué me pasaba?
                No podía controlar mi mano. Al tiempo la otra giraba el pomo y conseguía entrar. Mi sorpresa fue mayor cuando al otro lado vi un reflejo. Era una muchacha de largos cabellos rubios y vestida con una túnica blanca.
           Más asustado que días atrás, me encaminé a la planta baja, tanto que no vi los últimos peldaños y me caí. Estuve inconsciente hasta la mañana siguiente, cuando mi perro me despertó lamiendo mi nariz. Fue entonces cuando quise mudarme de casa, dejar aquellos enigmas sin resolver, harto de tantos desequilibrios emocionales.
               Me marché, pero al pisar la fría hierba del césped de mi jardín mis pasos no fueron controlados. Seguía lloviendo, pero mis talones se dirigieron a la barca del lago.

            Me embarqué venciendo el temporal que resquebrajaba mi piel, para meditar sobre todos los extraños momentos pasados. Me detuve en mitad del recorrido. Al instante caí al fondo. Estuve allí hasta que empecé a quedarme sin respiración. Intenté subir con todas mis fuerzas, pero mis articulaciones no respondían. Mis ojos se cerraron y desperté en mi cama, con las sábanas mojadas ¿Quién me había llevado hasta ahí? ¿Quién me había encontrado? Otros enigmas sin resolver.
                Cuando la tormenta y el apagón se pasaron por completo, quise salir a examinar cómo estaba todo en el jardín, pero no pude. Todas las puertas y ventanas estaban encasquilladas.
              Cuando el electricista llegó tuvo que esperar al cerrajero, que había llamado hacía unos minutos. Los dos se quedaron impresionados por el destrozo divisado.
              Mucho tiempo pasó hasta que pudieron abrir la puerta principal. Fue a la misma vez que todas las ventanas del
exterior se abrieron, entrando un fuerte vendaval.
             Al salir vi todo peor, parecía como si hubiera pasado un tornado. Terminando de repararlo, les propuse que me ayudaran a limpiar lo deshecho, y ellos accedieron encantados.
            La limpieza duró tres días. El último, después de pagarles y agradecérselo, fui a dar un paseo. Mirando a lo lejos del atardecer divisé un entierro, donde las hojas caducas caen y me hacen recordar aquel rostro demacrado que vi tras los cristales. Como si estuviera en una sala de espera, aguardando la respuesta de lo que estaba aconteciendo a mi alrededor. También recordé dónde había dejado la tarjeta de la psiquiatra.
               Al llegar a mi domicilio fui directamente al perchero. Metí la mano, en uno de los bolsillos del viejo y antiguo gabán, ahí permanecía. Debió de caerse cuando lo coloqué en la cartera y no recordaba dónde estaba. Sin perder tiempo, llamé para pedir cita.
              La psiquiatra decidió venir a revisar completamente mi mansión. Casi toda la mañana estuve narrando con todo detalle lo ocurrido a Cristina, cuando terminé se percató de algo extraño, dirigiéndose al sótano:
                                          - ¿Por qué está cerrada esta puerta? - decía Cristina intentando abrirla.
                                         - Siempre lo ha estado, nunca me he preocupado por abrirla.
                                     - Pues tenemos que hacerlo cueste lo que cueste. Es importante. Tras ella hay algo crucial que nos ayudará a resolver lo acontecido.
                                       - Me gustaría preguntarle algo. Si no me responde lo entenderé, por ser algo profesional.
                                      - Dime.
                                      - ¿Cómo puedes saber esto?
                                      - Aparte de psiquiatra y aficionada a los fenómenos paranormales, también soy vidente.
                   Después de varios intentos.
                                    – Será mejor que lo dejemos y vayamos al ático, para investigar en ese lugar - decía Cristina.
                  Al subir las escaleras, noté algo espeluznante recordando las noches del temporal. Ella se debió de dar cuenta por la forma en que me miró. Yo no se lo pregunté, por si podía despistarla. Al tocar el pomo ella se percató de que estaba caliente. Tuve que bajar hacia la cocina a coger un paño para poder abrir la puerta sin quemarnos. En el camino vi otra vez aquella sombra misteriosa, capaz de descontrolarme, porque aparecía en el momento que más asustado estaba. Una vez abierta la entrada al desván, se me olvidó decirle lo ocurrido hacía unos minutos atrás. Al pasar dentro el día se nubló repentinamente.
                  Lo primero que hizo ella fue acercarse a unas gotas de sangre. Después de varios minutos de silencio,
observación y estudio:
                                 - Estas gotas son recientes, aproximadamente de hace una hora. Esto será una buena ayuda para precisar lo que realmente ocurre. Todo lo que pase tendrás que comunicármelo al instante. Tengo que estar sola y rodeada de mis amuletos para poderme concentrar y consultar mis libros – decía Cristina.
                                    - Estaremos en contacto a cualquier hora del día.
                   Cuando ella se marchó me acordé de que tenía que ir a hacer unos recados a la ciudad. A los pocos kilómetros de carretera me encontré con un accidente. Fui la primera persona que lo vio y sin pensármelo dos veces me acerqué a ver qué había sucedido.
                       Allí había un chico malherido llorando junto al cuerpo de una chica. Ahí estaba, incapaz de hacer nada por el shock que había recibido al ver el grave estado de su novia y culpándose por lo sucedido. En seguida le miré el pulso y, al comprobar que escasamente tenía, le hice la respiración artificial, hasta que pudo despertarse de su inconsciencia. Le costaba respirar y eso puso más nervioso al chaval. Los ojos de ella transmitían que deseaba hablar, pero el poco aliento que tenía se lo impedía. Por las circunstancias, parecía que la muchacha quería decirle que se tranquilizara, que sabía que él estaba junto a ella en todo momento. Él empezó a decirle:
                                  - No te sientas incapaz de sobrevivir. Sé fuerte y no vuelvas a caer. Que el ritmo de tu corazón no se pare. Que te haga acercarte a mi corazón, te haga sentir los lindos momentos vividos juntos, así que no pienses en estos ratos tan amargos para los dos. Vívelos con ilusión y compartamos los ánimos para que te recuperes. Que ese ritmo no pare, por favor. Lucha, lucha
como yo lo estoy haciendo por ti. ¡¡¡Ánimo, corazón!!! Piensa en el chiquillo revoltoso de orejas graciosas que siempre te hace sonreír. Por favor, mi amor, permanece aquí conmigo y no me dejes. Lucha por tu bondadoso corazón, el más grande que he conocido. ¡¡¡Sonríe!!! No te aísles del mundo, no te desvanezcas y ¡¡¡vive!!!
                       Al venir la ambulancia, los seguí con mi coche al hospital. Quería estar ahí hasta que se restableciera por completo. Los recados ahora habían perdido importancia. Lo realmente importante era que la muchacha viviera.
                       El recorrido se hizo largo. Aparte de la lluvia, que empezaba a caer, no sabía cómo seguía ella. Aquella sensación de que estuviera bien, era como si tuviera un lazo atado a ella. Una vez en la sala de espera:
                                    - ¿Cómo ha ido el trayecto? - pregunté.
                                  - Casi la perdemos, pero gracias a las palabras de su novio y a nuestro esfuerzo la recuperamos. Aunque aún le cuesta respirar.
                      A la madrugada siguiente se fue recuperando poco a poco. Cuando ellos me dieron las gracias, por toda la ayuda y compañía, fui a hacer lo pendiente. Regresé a casa por la tarde. Junto al lago vi a un anciano misterioso. Me detuve entre la maleza para que no me viera. Él se fue caminando, hasta desaparecer entre unas montañas. Mi intuición me dijo que debía seguirlo. Así que bajé del coche y seguí el rumbo que él había marcado.
                    Allá a lo lejos divisé una casita solitaria que jamás había visto. Me acerqué y comprobé que estaba rodeada de rosales trepadores. Aunque nada que envidiar con el banco que tengo debajo del sauce llorón con ramas colgando ante la entrada de mi mansión. Me arrimé y tras un cristal vi que una silueta procedente del interior se acercaba. Seguidamente me escondí detrás de unos barriles de madera esperando que se apaciguara todo. Aquella sombra me recordaba a la que siempre veía en mi morada. Pasado el tiempo premeditado decidí irme. En el momento en que estuve lo suficientemente alejado, giré la vista atrás. Me asombré muchísimo, porque la casita desapareció por completo. Fui en busca de mi auto pero una luz procedente del norte me cegó. Se fue acercando poco a poco hacia mí.
                Ya estaba cansado de andar y, pensando que no sería capaz de salir de aquel lugar, vi la causante de estar ahí. Mi curiosidad pudo y, sin saber cómo, aquello me arrastró, regresando al mismo lugar donde estaba mi coche algo alucinado. Rápidamente regresé a mi casa.
                   Completamente rendido me metí en la cama, aunque fui incapaz de dormir. Cuando empecé a coger el sueño, la cama y los cuadros de mi habitación empezaron a moverse.
                  Aquello fue acompañado por una voz tenue que decía:
                                - Ya no aguanto más tu presencia en mi morada. La gota que colmó el vaso ha sido cuando has ayudado estos últimos días a que mi nieta pudiera respirar con tu ayuda. He hecho todo lo posible para que te fueras, pero tú sigues permaneciendo. Aunque apenas me queden fuerzas, seguiré. Siempre he sido un alma solitaria y quiero seguir siéndolo.
              Ahora sí sentía pavor. Los dientes me chasqueaban, por mucho cansancio y sueño que tuviera, mis ojos estaban pendientes de lo sucedido, e incapaces de cerrarse. Quise llamar a Cristina, pero algo me lo impidió. Inmóvil y sentado, me quedé acurrucado encima de la cama, durante un tiempo prudencial. Después decidí tumbarme y taparme todo mi cuerpo con la sábana y la colcha, a ver si conseguía dormirme, pero hasta la madrugada no lo conseguí. Me despertó el sonido del teléfono, al otro lado la voz de Cristina me decía que en una hora llegaría.
                    Antes de levantarme comprobé que los cuadros estaban en perfecto estado. Seguidamente fui a asearme y desayunar, hasta que la psiquiatra llegara. Cuando lo hizo le comenté lo que me había pasado desde que nos habíamos visto. Ella me dijo después de saludarme:
                                     - Al consultar mis libros y hacer varias averiguaciones, de quién ha vivido en esta casa...
                                     - Pero si esta mansión ha sido siempre de mis antepasados - interrumpí.
                                    - Sí, sí, eso es cierto. Precisamente un espíritu de uno de ellos es el causante de todo lo ocurrido. Hace todo esto para hacerte llegar un mensaje, pudiendo significar que realmente le molesta tu presencia o algo que tendremos que descifrar.
                    Ella se fue al atardecer. A su marcha mis pies se dirigieron al sótano. Ahora no tuve problema en abrir la puerta. Me encontré con todo oscuro, ni siquiera había ventanas por donde entrar luz nocturna. Me encaminé como si quisiera esconderme de lo que podía suceder. Inesperadamente la puerta se cerró bruscamente. Al fondo la luz de la vela de un candelabro brotaba. Era tenue pero conseguí ver que estaba encerrado en un calabozo. Al momento una voz de anciana decía:
                                     - ¿¡Por qué nadie escucha mis dolorosos lamentos?! ¿¡Estáis sordos ante mis súplicas!? Mi mente llena de agujeros negros va andando a tiendas en torno a la noche ante mis pasos. El silencio se enreda entre mis piernas y nadie sigue escuchando mis sollozos. Todos me vuelven la espalda. Siento la soledad en mis huesos. Las palabras salen huecas de mi boca. El sol no despierta ante mis ojos. Viajando sin rumbo me siento morir. No hay ninguna mano que me levante del suelo. Sin remedio caigo en un gran pozo negro.
                                          - Quien quiera que seas, yo oigo tus lamentos. Dime ¿qué te ocurre?
                                          - No consigas caer en lo mismo que yo. Desde que mi nieta murió accidentalmente tras caer por las escaleras del desván, soy un alma solitaria. La soledad y la depresión se apoderaron de mí cerrando la boca, vendándome los ojos sin dejarme ver más allá de mi  propio infierno. Encerrándome sin dejarme salir. Siempre preguntándome por qué dejé que jugara conmigo. Por un momento abre los ojos, escucha tu corazón, deja de lado pensamientos negativos que no conducen a nada y deja escapar de tus labios ese adiós a los lamentos perdidos. Sigue el camino trazado de las velas y piensa lo que te digo.
                Salí de ese tenebroso lugar para ir a sentarme al sofá de la biblioteca. Allí había un libro, lo cogí, pero no seguí la lectura donde la había dejado, porque estuve pensando. A las tres horas me desperté desconcertado, el libro estaba a mis pies, teniendo la sensación de que ese momento lo había vivido. Intenté esforzar mi mente para averiguarlo, aunque fue sin éxito. Todo se encaminaba hacia el mismo rumbo, todo había sido un mal sueño, que había durado varios días, pero lo bueno de aquello fue su mensaje.
                  Comprendí que esos últimos años había estado solo en medio de una montaña solitaria, alejado del mundo, desvalido, sin disfrutar de la vida y siempre preguntándome qué sería de mí sin poder salir del pozo sin fondo en el que estaba metido.
            Estando enterrado y olvidado, sintiendo nostalgia por el cariño que nadie me había dado, sintiendo el dolor de las punzadas de un corazón herido y sin autoestima, sintiendo el daño producido por quienes habían jugado y aprovechado de mi bondad y sentimientos, sintiendo el desprecio de alguna gente, sintiendo que mi lucha estaba en las últimas, sintiendo el llanto resquebrajando mis mejillas y mi piel, pensando si algún día disfrutaría de esos momentos que recuerdas toda la existencia, de si
valdría la pena luchar y no fallecer en el intento...
                 Ahora entiendo que he reflexionado y analizaré a fondo el sufrimiento que padecí en mi vida. Tengo la oportunidad de saltar ciertos obstáculos, de atreverme a hacer cosas y a expresar opiniones que hasta hace poco me reprimí por un miedo justificado a ser rechazado. Este será el principio del gran cambio, que deseo continúe y se convierta en permanente, que me permita madurar y sacar lo mejor que hay en mí, desarrollar y poner de manifiesto todo este potencial que llevo dentro. Este camino, que he iniciado, no tiene vuelta atrás. Tendré que volver a nacer y olvidar el pasado.

                                                                                                                                                                                                                        ~ 2005 ~

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